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Fui hasta la habitación y comencé a buscar en el placard la ropa que había usado aquella vez. Reproducir en cuanto pudiera la situación anterior me pareció la forma correcta de establecer el mejor set up posible. Jeans negros, camisa negra, y zapatos y campera azul oscuro. Me observé brevemente al espejo: mi aspecto general, teniendo en cuenta mi mirada cargada, era un tanto ominoso. No me sentía exactamente igual que aquella vez, pero sí bastante cerca. El resto era simplemente ponerse en papel.
Dudé en sacar el auto del garage. En aquel momento, había llegado al lugar en taxi. Venía de la casa de Cristian, un amigo al que hacía tiempo que no veía. Tal cual suponía, Cristian no había cambiado. Estaba un poco más gordo, bastante más exitoso dentro de sus propios términos, pero seguía llevándose bien con la marihuana, para empezar. Fumamos mientras nos poníamos al corriente de las últimas novedades. La TV funcionaba de fondo, sin sonido, mientras el equipo de música reproducía un CD de la No Smoking Orchestra. Cada tanto alguno de los dos tomaba el control remoto y hacía un poco de zapping. Nos detuvimos en un canal donde pasaba un valet clásico y Cristian comenzó a reírse de la superposición de la música de Kusturica y las imágenes del Lago de los Cisnes o lo que fuese que estábamos viendo. La marihuana lo afectaba así. A mí también, cuando era adolescente. Ahora, sin embargo, ver aquello bajo los efectos del humo de cannabis solo me generaba una sensación de ajenidad y aislamiento. La imagen y el sonido fuera de sincro me sacaban fuera del mundo. Estaba dentro de una película arruinada. O de una película que reflejaba un mundo arruinado.
Antes de que mi humor se fracturara del todo, sonó el timbre. Era Samanta. No me alegre especialmente de verla, pero sí de que hubiera interrumpido aquel momento.
Samanta y yo habíamos salido casi un año, unas diez temporadas atrás. Había sido una buena relación por varios motivos salvo el amor. Cuando me di cuenta de eso, la dejé atrás. En aquella época, todavía pensaba en sexo y amor como una entidad de dos cabezas; así que rompí con ella buscando amor, cuando en realidad lo que quería era mejor sexo. Conseguí mucho de lo último, y poco de lo primero. No es que me importara demasiado.
Samanta se alegró de verme. Estaba en Buenos Aires de visita, vivía en Bélgica (¿cómo llega un argentino nacido en tierras bonaerenses a vivir en Bégica? se me ocurre que son lugares que pertenecen a plano de existencia distintos) desde hacía 4 años. Seguía soltera. Seguía sintiéndose atraida por mí. Quizá Cristian hubiera tenido eso en cuenta cuando me invitó a pasar por su casa sin comentarme que ella también iba a caer allí. No es que quisiera vernos juntos. Simplemente le gustaba poner a la gente en situaciones especiales y luego ver qué sucedía. Personaje interesante, Cristian. Tendría que incorporarlo al guión.
La situación se desenvolvió como era previsible. Cristian trajo cocaína para festejar el reencuentro y prácticamente nos obligó a tomarla argumentando que solo le gustaba consumir con amigos. ¿Quién puede negarse a un argumento así?
Dos horas después, Cristian estaba en su habitación durmiendo bajo los efectos de la marihuaa, la cocaína, y el vino blanco. Samanta y yo nos besábamos sobre la cama que hacías las veces de sofá en el living. Sentía los labios duros e insensibles, y la piel no me trasmitía nada. Pero seguía adelante como una máquina que no puede detenerse. Ella me dijo que no me pusiera profiláctico, que no estaba en un momento fértil. Quería sentir como me iba dentro de ella. No lo pensé ni un segundo y la penetré. El orgasmo me llegó no como algo placentero, sino como si me hubieran desenchufado de la corriente. Todo se apagó. Fade out.
Tres horas después, me desperté extrañamente lúcido. Ella dormía con las piernas aun abiertas. Observé su vagina depilada y pensé que quizá me hubiera mentido sobre lo del período fertil. Quizá vino a Argentina a buscar un hijo con sangre rioplatense. Si era así, ya iba a enterarme en algún momento.
Cristian roncaba en su cuarto. Me vestí, la tapé y salí del departamento. Necesitaba algo más de acción en esa noche de viernes.
Me subí al taxi y le pedí que diera unas vueltas por San Telmo. Quería encontrar un bar al que no hubiera entrado antes. Encontré mucho más que eso, sin embargo, cuando ví a aquella chica pelirroja entrando con su valija gastada a una cervecería artesanal que tenía el ridículo nombre Espuma Amarga. Algo en su forma de caminar, de sostener el peso de la valija con su brazo izquierdo, con esfuerzo pero a la vez con resignación que trae la costumbre.  Hacía mucho que cargaba esa valija.
Le dije al taxista que se detuviera y fui tras ella. Aquella noche comenzó todo.

Dejé los recuerdos de lado y decidí que no era necesario replicar el taxi, así que saqué mi auto del garage. Puse la música a todo volumen. Sonó el último CD que había dejado allí, cinco días atrás. Alice in Chains.
Down In A Hole 
And They've Put All The Stones In Their Place 
I've Eaten The Sun 
So My Tongue Has Been Burned Of The Taste 
I Have Been Guilty 
Of Kicking Myself In The Teeth 
I Will Speak No More 
Of My Feelings Beneath 
Me pregunté cómo la estaría pasando Layne Staley en el más allá. Seguramente no iba a morir de sobredosis de nuevo. Eso era algo.
Aceleré camino hacia San Telmo. Espuma Amarga. Una chica pelirroja y una valija.
Un iris enorme observándome.