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Apoyé los dedos sobre el teclado con suavidad. Meterme en aquello no era un asunto para ser enfrentado de manera brusca. No se puede llegar a los secretos de una persona a través de la violencia. Apropiarse del otro es siempre una tarea que se realiza con guantes de seda.
Empecé a escribir.

INT. HABITACION EZEQUIEL – DÍA
Abrimos de plano prácticamente similar de la valija. Ahora el entorno es distinto, y la única luz que la ilumina, es la que entra de un pasillo a través de la puerta abierta del cuarto donde ha sido dejada. Luego de unos momento, una sombra se proyecta sobre ella. Recién después vemos a Ezequiel parado en el vano de la puerta, observándola con aprehensión. Avanza un paso dentro de la habitación, pero es como si las piernas le pesaran una tonelada. Al mismo tiempo, lo vemos resistiéndose con todas sus fuerzas al deseo de abrir aquél equipaje. Finalmente, su batalla interior se decide y sale del cuarto.
Me alejé un poco para observar lo que había escrito.
¿De dónde salía aquello? ¿Cómo iba a retroceder? Lo que necesitábamos era descubrir qué había en el interior de la valija.No había margen para dudas. Demasiado en juego.
Traté de reescribir la escena, pero mis dedos no respondieron. Es decir, una parte mía no lo hizo. la parte que sabía que el planteamiento de la escena era correcto. Ezequiel estaba haciendo un esfuerzo realmente importante para tratar de confiar en Ava. Tenía todo en contra: su desconfianza patológica, su pasado, su carácter, y todas las sospechas que había ido acumulando sobre ella a lo largo de la historia. Sin embargo, su instinto de supervivencia le decía que, si no lograba volver a confiar, iba a quedar muerto en vida. Si es que ya no lo estaba.
Paradójicamente, confiar también le iba a costar la vida.
Pero aun faltaba para eso. No demasiado, pero aun había algo de tiempo. Quizá lograra salvarse. El final no estaba escrito todavía; por lo menos no en esta versión. La muerte estaba en la síntesis, pero no en la versión que estaba trabajando. Era como decir que mi muerte estaba marcada en trazos rojos en el libro del destino; ¿qué importancia podía tener eso para Dios? Podía borrarla de allí. Reescribirla. O simplemente obviarla.
Como analogía, tenía corta vida: Dios no necesita justificativo para hacer lo que hace. Yo sí. Soy escritor. Trabajo sobre universos cuyos quantos se llaman "verosimilitud". No puedo apartarme de eso. Así es que necesitaba pruebas para torcer el destino.
Una forma de evitar el iris gigante, que se me aparecía cada vez más claramente no como un meta a alcanzar, sino como un escollo a evitar.
De repente me sentí enormemente agotado. Las siete lineas de la escena me habían consumido; quizá no su extensión, pero seguro su significado.
Me alejé de la computadora, luego de cerrar rápidamente la tapa de la caja del arma, y fui hasta la cocina. De la heladera saqué dos latas de Ginseng Energy. Consumía litros. Me daba fuerza para seguir adelante, particularmente cuando me asaltaban aquellos agotamientos repentinos. No me ayudaban a pensar mejor, pero me daban un kick extra que a veces podía llevar a eso. Una lata por día era el máximo aconsejable, según la etiqueta. Yo tomaba dos en una jornada tranquila. A veces, a la noche, las mezclaba con alcohol. El efecto era mucho más fuerte.
Por supuesto, esto no era lo único que tomaba. Pero no tiene caso en este punto ponernos farmacológicos.
Salí al balcón de mi quinto piso a terminar de tomar la segunda lata. El balcón era pequeño y escasamente protegido, casi como un trampolín al vacío. Tenía la costumbre de descolgar las piernas hacia afuera y meter la cara entre los barrotes de la exigua reja que rodeaba el balcón; la sensación de estar colgando sobre la nada era intoxicante.
En aquel lugar, observando los cinco pisos que me separaban del piso, solía tener buenas ideas. Volar o caer.
Traté de ver el problema desde otro ángulo: Ezequiel, como personaje, tenía un camino que seguir, estaba atado a su propia lógica.
Yo, por otro lado, estaba atado a la mía. Yo podía hacer aquellas cosas que él no. Y no se trataba de que él fuera de papel y yo real. Esa distinción tenía sentido solo para los demás. Eramos el mismo, pero distintos. Podía aprovechar esa diferencia.
Lo que tenía que hacer, entonces, era bastante obvio. Mirar dentro de la valija por mí mismo.