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Algunos segundos después, me di cuenta de que no estaba respirando. Recupere el aliento en el mayor silencio posible, balanceé el peso para quedar bien apoyado sobre ambos pies, y con las manos apenas tocando la madera vieja de la puerta, me prepararé a escuchar más atentamente. Ahora que sabía, o podía suponer, que ella estaba allí, tenía que dejar de lado el placer de haberla encontrado, de acercarme a la meta, y prestar real atención a lo que pudiera adivinar que sucedía dentro del departamento.
En primer lugar, estaba la radio. Lo que en un principio me pareció un murmullo, se me reveló como una canción que ya había escuchado antes. Air, probablemente; hubiera necesitado un poco más de volumen para decirlo. Aunque apostaría a que era parte de la banda de sonido de Las Vírgenes Suicidas, de la chic hija de Coppola. El tema terminó y un locutor comenzó a hablar sobre la agenda de salidas de aquel fin de semana. Dejé de prestar atención a aquel plano de sonido, y concentré mi atención a algunas otras cosas que quedaban casi ocultas detrás de la voz impostada del locutor.
Un goteo. Teniendo en cuenta el estado de aquel edificio, no era raro que algunas (o todas) de las canillas del departamento perdieran. Era un milagro que todo el lugar no se viniera abajo.
Un zumbido constante y suave, con algo de metálico... un ventilador probablemente.
Unos niños a lo lejos, peleándose entre ellos. Una de las ventanas del departamento debía dar a un edificio vecino. Quizá ella tuviera que soportar a estos chicos todos los días. Sería irritante, con seguridad. O quizá le generaría una sensación de responsabilidad, el deseo de hacer algo para que los pequeños tuvieran una vida mejor, libre de discusiones. Todavía no la conocía lo suficiente.
Otro sonido metálico, crujiente... ¿los elásticos de una cama vieja? ¿Se habría acostado? ¿Estarían sus largas piernas extendidas a lo largo de la cama, sobre sábanas limpias? ¿O descansaban sobre las huellas de algunas noches de amor? No, debían estar limpias. Las mujeres cambian las sábanas luego de ese tipo de noche.
Me sentí molesto conmigo. Estaba divagando. Sexualmente. No estaba allí como voyeur. Tenía un propósito mayor.
Volví a concentrarme. No había más ruidos dentro del departamento. Estaba sola. Pero despierta, a pesar de lo tarde que era. ¿Insomnio?
La respuesta llegó a mis espaldas. Ruidos de goma chirriando contra el mármol de las escaleras. Alguien estaba subiendo.
Aun quedaba un piso hacia arriba. Podía fingir que venía de allí. El problema es que, probablemente, el resto del edificio estaba igual de vacío que los primeros pisos. Mi chica y su valija parecían ser los únicos habitantes del lugar.
Decidí aprovechar lo que había allí más abundantemente: oscuridad. Caminé hasta la otra punta del pasillo, que estaba completamente sumergida en tinieblas, y me apoyé en la pared del fondo. Desde allí, podía ver la puerta. Confiaba en que no pudieran verme a mí. ¿Por qué no subí algunos escalones y me oculté por completo? Porque no había ido hasta allí para eso. Quería ver y saber. Con todos los riesgos que esto pudiera traer. Buscándolos, incluso. El éxito es proporcional al riesgo. Por completo.
La persona que subía llegó hasta aquel piso mucho más rápido que yo. Quizá estaba en mejor estado. Pero con seguridad, conocía mejor el lugar. Se detuvo frente a la puerta. Buscó la llave en sus bolsillos sin ningún apuro y luego entró al departamento. La puerta se cerró con un crujido moribundo. Eos fue todo.
Más que suficiente.
En los dos o tres segundos que la puerta se mantuvo abierta, pude ver al muchacho, iluminado por la luz interior del departamento. Antes que desapareciera, pude notar varias cosas. Tenía 25, no más de 27 años. Estaba apenas peinado, y tenía barba de dos o tres días. Llevaba pantalones cortos y una remera que tenía la apariencia de ser usada para dormir. Unas zapatillas estilo All Star pero de marca genérica, los cordones mal atados. Traía una bolsa de supermercado, aunque probablemente, por la hora, fuera de un maxikiosco veinticuatro horas. La forma de los productos dentro de la bolsa delataban paquetes de galletitas de algún tipo, una gaseosa, una caja cuadrada del tamaño de la palma de la mano... ¿ profilácticos? Una compra nocturna, compulsiva. Quizá habían estado haciendo el amor y luego los asaltó el hambre. Él se puso lo primero que encontró, se peinó lo mejor que pudo, y salió a comprar algo dulce. Era un escenario posible.
Lo que no podía saber, es si aquel chico vivía allí con ella, o era un novio o amante que pasaba algunas noches allí.
¿Cuántas personas tenían la llave de aquel departamento? ¿Cuántas veces por día entraban y salían? ¿En qué horarios? ¿Qué relación tenían con ella? ¿Quién era realmente ella....?

El sol me golpeó directamente a los ojos, transmitiendo un violento mensaje a mi cerebro. Hora de despertar. Levanté los parpados, defendiéndome aun de la fuente de luz. Una pequeña ventana en lo más alto del pasillo. De día parecía ser todo lo efectiva que no había sido en la noche.
Moví el cuerpo entumecido. Estaba sentado en los primeros escalones que conducían al siguiente piso. Me había quedado dormido allí, en una posición tan incómoda que ahora mi cuerpo estaba en medio de una nube de agujas.
Mire la hora. Ocho de la mañana. Tenía suerte de que no hubieran salido del departamento y me hubieran visto.
No recordaba el momento en que me había quedado dormido. Otro whiteout. En este caso, sería más apropiado decir fade to black. Me había echo uno con la oscuridad. Me había diluido en ella e, increíblemente, estaba por completo descansado. Me puse de pie y me deslicé en total silencio escaleras abajo.
Si el edificio me había parecido en mal estado de noche, a plena luz "mal estado" era una frase irrisoria. El lugar estaba esperando la demolición. Definitivamente, nadie podía vivir allí. Lo que me llevó a pensar que la chica y su novio o lo que fuera, estaban ocupando un departamento ilegalmente. También podía ser que los hubieran dejado al cuidado de la propiedad, pero me parecía poco factible. Okupas. Aquello daba muchas posibilidades dramáticas.
Subí al auto y me alejé en plena mañana por la calle desierta. Alejándome de ella. Temporalmente.

Cuando llegué a casa, la computadora estaba en modo de ahorro de energía. Moví el mouse y la pantalla se iluminó. Leí las últimas palabras que había escrito antes de salir a mi safari nocturno:
"Avanza un paso dentro de la habitación, pero es como si las piernas le pesaran una tonelada. Al mismo tiempo, lo vemos resistiéndose con todas sus fuerzas al deseo de abrir aquél equipaje. Finalmente, su batalla interior se decide y sale del cuarto."
Aunque todavía no tenía las respuestas que necesitaba, ya había avanzado tanto más que mi personaje, a quien le debía coherencia y, al mismo tiempo, le tenía cada vez menos respeto.
Aunque me sentía descansado, sabía que era solo una ilusión, producto de una noche de adrenalina. Tenía que descansar para seguir adelante. Me tiré en la cama, y enseguida me dormí.

Cuatro horas después, y sin ningún sueño en el medio que pudiera recordar, me despertó el teléfono. Era Claudio, un viejo compañero de armas y letras, un mentiroso consuetudinario y un gran tipo. Quería hablar conmigo de trabajo, ¿podía reunirme con él a tomar un café?
Evalué rápidamente de qué tipo de trabajo podía llegar a hablarme, y me di cuenta de que no iba a interesarme. Por eso, le dije que sí, que podíamos vernos en una hora.
Una buena cuota de decepción puede ser a veces el mejor combustible para nuestro motor.